Fablabs, laboratorios para fabricar (casi) cualquier cosa
Un FabLab es un laboratorio fabuloso o un laboratorio de fabricación. Ambas interpretaciones sirven, tanto la que prima el adjetivo admirativo como la que prefiere resaltar su carácter sustantivo, de lugar en el que se piensan -y sobre todo se hacen- cosas. Porque en este mundo digital, en el que se anuncian avances a diario relacionados con tecnologías apenas comprensibles para la mayoría, hay quien también reivindica aquello que se puede tocar. Que se piensa y se fabrica. Que puede trascender una pantalla o un plano para convertirse en forma sólida. Ese es el objetivo de los FabLabs que existen en todo el mundo, una idea nacida en el MIT, que bebe rotundamente de los conceptos de Intenert y la filosofía del “hazlo tú mismo”, pero que al tiempo recupera la importancia del trabajo manual.
El creador de esta idea es Neil Gershefeld, director del Center for Bits and Atoms del MIT, un departamento cuyo objetivo es estudiar las fronteras que existen entre las ciencias físicas y las ciencias computacionales. Gershefeld, catedrático en el MIT y uno de los científicos más conocidos en Estados Unidos gracias a su labor de divulgación, decidió poner en marcha estos laboratorios después del éxito de una de sus clases que había titulado “Cómo fabricar (casi) cualquier cosa”. Lo que Gershefeld considera que se necesita para llevar a la realidad (casi) todos los objetos que podemos imaginar son un puñado de máquinas y herramientas que suelen estar en los laboratorios adheridos a la propuesta: impresora y escáner 3D, cortadora láser, fresadoras y material de electrónica. La imaginación, el riesgo y las ganas de innovar se le suponen a quienes utilizan unas instalaciones preferiblemente abiertas… La propuesta, que busca responder a una pregunta que el propio Neil Gershefeld lanzó en una conferencia (“ya hemos hecho la revolución digital, ¿y ahora, qué?”), ha sido replicada en muchos lugares del mundo. Existen fablabs en sitios tan diversos como Madrid, Bombay, Londres o Buenos Aires, pero todos comparten la idea expresada en el documento fundacional del MIT: “hacer posible la creatividad e invención a través de herramientas de fabricación digital”.
Forbes resumió el objetivo de los FabLabs parafraseando la famosa cita de los peces y la pesca: “Dale un gadget a un hombre y habrás satisfecho sus necesidades tecnológicas por un día. Enséñale a fabricar gadgets, y podrás alimentarle por sí mismo -y a un pequeño grupo de inversores- de por vida”. Obviamente a Forbes lo que más le llama la atención de la propuesta de Gershefeld es su capacidad de crear negocios, pero para alguien interesado en disciplinas tan diversas como la computación cuántica o la nanotecnología, lo pecuniario es tan sólo un factor más de la ecuación, no la clave que todo lo resuelve, La denominada economía del conocimiento requiere de constante innovación, pero olvidan lo más importante para que esa innovación prospere: “la gente que inventa cosas no sigue reglas, dice Gershelfeld, así que tienen conflictos en la escuela y no se comportan en el trabajo y son considerados un problema”. Sus laboratorios están pensados precisamente para este tipo de personas. Los que inventan, los que crean, los que -con medios suficientes a su alcance- podrán cambiar esos sistemas que empiezan a quedarse pequeños para las aspiraciones humanas.
Edición: Malu Barnuevo | David Castañón