El misterio de los planetas sin estrella
El universo está poblado por miles de millones de planetas expulsados de sus sistemas solares que vagan solitarios
Durante milenios, los humanos que observaron el cielo pensaron que era un ejemplo de estabilidad y armonía. En las pocas décadas que dura una vida no es fácil intuir las historias de violencia que acompañan a esos puntitos de luz que iluminan la noche. Pero el progreso de la ciencia y la aparición de nuevos instrumentos con los que entrometerse en la vida íntima de las estrellas cambió nuestra visión del universo. Un análisis reciente de las órbitas del Sistema Solar sugiere que en sus orígenes Júpiter avanzó hacia el Sol arrojando contra él a varios planetas rocosos. De los escombros de aquel cataclismo surgió la nueva organización del sistema que hizo posible la aparición de la Tierra. Sucesos como este pueden acabar también con la expulsión de algún planeta de su órbita y ahora sabemos que, debido a eventos similares, existen mundos sin estrella que vagan solitarios por el cosmos.
En 2012, se anunció el descubrimiento del que parecía el primer planeta errante, un objeto entre 4 y 7 veces mayor que Júpiter que se encuentra a unos 130 años luz de la Tierra. Desde entonces, telescopios de infrarrojos han permitido detectar unos cuantos planetas sin estrella y se ha llegado a estimar su abundancia en el universo. Hasta ahora, se calculaba que habría dos planetas libres del tamaño de Júpiter por cada estrella común, pero un nuevo estudio liderado por el investigador de la Universidad de Varsovia (Polonia) Przemek Mróz sugiere que este tipo de planetas es mucho menos frecuente.
En un artículo que se acaba de presentar en la revista Nature, los autores explican cómo analizaron 2.600 observaciones de efectos de microlente, un fenómeno astronómico que sirve para observar objetos independientemente de la luz que emitan. Sus resultados indican que solo habría un planeta del tamaño de Júpiter flotando libre por el cosmos por cada estrella común. Los autores también señalan que han capturado algunos breves efectos de microlente que indicarían la presencia de planetas del tamaño de la Tierra o algo mayores. Aunque aún no es posible calcular la cantidad de este tipo de planetas que vagan por el cosmos, es posible que sean más abundantes que los gigantes gaseosos. Al ser más ligeros, es más fácil que los tirones gravitatorios de movimientos planetarios inesperados los saquen a empellones de sus órbitas.
Desde que se conoce la presencia de estos mundos, algunos científicos han especulado con la posibilidad de que también en ellos pueda existir vida. En medio de la nada, sin una estrella que lo caliente, uno de estos planetas estaría sometido a las temperaturas del medio interestelar, que se acercan al cero absoluto. Para mantener un calor mínimo que lo hiciese habitable, el planeta debería contar con una capa de hielo de kilómetros de grosor, que mantuviese la temperatura del interior del planeta, o una densa atmósfera de hidrógeno, que se mantiene gaseoso a bajísimas temperaturas. Con esa protección, el mundo vagabundo podría tener lagos y océanos en su superficie en los que la vida tendría alguna posibilidad de prosperar. Eso sí, mirar al cielo en esos mundos con noches eternas no permitiría ver las estrellas que hicieron imaginar a los antiguos un mundo celeste perfectamente armónico. Todo sería oscuridad.