La realidad virtual al servicio del arte
El popular “ver para creer” de pragmáticos e incrédulos hace tiempo que dejó de ser dogma. Hoy sabemos que nuestros sentidos sólo pueden percibir una (pequeña) parte de lo que nos rodea, y que incluso lo que tomamos por real está influido por múltiples factores antes, durante y después del acto de la percepción.
Nadie sería capaz de defender ahora un sensualismo radical al estilo de Condillac en el siglo XVIII como única fuente de conocimiento y, a pesar de ello, seguimos aferrándonos a lo que vemos, oímos y tocamos para certificar que algo es real. Sin embargo, la búsqueda de otras realidades ha sido desde siempre una aspiración que ha guiado los pensamientos y experimentos de científicos, filósofos, místicos y artistas en un intento -tal vez irremediablemente baldío- de atrapar lo inabarcable. Aldous Huxley, en Las puertas de la percepción, un ensayo que ha sido utilizado (y malinterpretado) a partes iguales por amantes del esoterismo y defensores de las drogas alucinógeneas, describía esa limitación que sufren nuestros sentidos: “Para que la supervivencia biológica sea posible, la Inteligencia Libre tiene que ser regulada mediante la válvula reducidora del cerebro y del sistema nervioso. Lo que sale por el otro extremo del conducto es un insignificante hilillo de esa clase de conciencia que nos ayudará a seguir con vida en la superficie de este planeta determinado. (…) La mayoría de las personas solo llegan a conocer, la mayor parte del tiempo, lo que pasa por la válvula reductora y está consagrado como genuinamente real por el lenguaje del lugar. Sin embargo, ciertas personas parecen nacidas con una especie de válvula adicional que permite trampear a la reductora. Hay otras personas que adquieren transitoriamente el mismo poder, sea espontáneamente, sea como resultado de deliberados ejercicios espirituales, de la hipnosis o de las drogas”.
A las vías propuestas por Huxley se le puede sumar en este siglo XXI la tecnología. Porque así, con una mezcla de visión artística y búsqueda existencial, plantean sus trabajos The Constitute, un colectivo alemán cuyas propuestas disruptivas y radicalmente originales les han llevado a exponer en algunos de los centros de arte más importantes del mundo como el MOMA de Nueva York. Con EYESECT, por ejemplo, plantean la cuestión de cómo “no vemos”, indagando en la posibilidad de añadir puntos de vista nuevos sobre la mirada habitual que lanzamos al mundo que nos rodea y nuestro propio cuerpo. A través de un casco conectado a dos cámaras móviles que el usuario maneja con sus manos, es posible ver la realidad de un modo distinto. El experimento, que puede (como todo) observarse desde una lúdica perspectiva experimental, trasciende esta mirada simplista para, en palabras de los artistas, llevar a quien lo prueba a preguntarse acerca de lo que es la realidad y si existen otras posibles interpretaciones de la misma según el punto de vista con el que la miramos.
Los dos miembros fijos de The Constitute son Christian Zollner y Sebastian Piazza, y ellos mismos aseguran que los objetos que diseñan juegan con las “cualidades poéticas del error, el mal uso y la inspiración”. Su trabajo incluye gigantescas proyecciones manejadas con el cuerpo, entornos en 3D e incluso una cabina de teletransportación basada en realidad virtual que permite al usuario situarse en el lugar que otra persona, a gran distancia, está viendo en ese momento. “Todas estas visiones tecnológicas, asegura Piazza, tratan de la superación de lo físico. Tal vez nuestra contribución a esta utopía o distopía sea construir experiencias. Porque podemos verlo en el cine pero queremos saber cómo se siente, cómo impacta a mi percepción y cognición”.